jueves, 13 de febrero de 2014

Pasatiempo

Cada uno espera como quiere. Cada uno usa el tiempo libre como se le da la gana. Cada uno inventa tareas para llenar momentos vacíos según sus gustos y habilidades.
Hay quien hace crucigramas, o sudokus. Hay quien lee, o duerme, o escucha música. Hay quien se abstrae sutilmente del mundo que lo rodea y simplemente queda en suspenso...
Y hay quien hace cuentas. Cálculos, operaciones, imagina problemas, los resuelve, se propone preguntas y las responde, o al menos lo intenta,  verifica, contrasta, reevalúa.
Esto es lo que hace el protagonista sin nombre de "El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas", la novela de Murakami, cuando se encuentra encerrado en un ascensor que lo transporta sin prisa y con dudas:

Descorazonado, me recosté en la pared del ascensor y decidí matar el tiempo contando la calderilla que llevaba en los bolsillos. (...) En aquel instante llevaba en los bolsillos tres monedas de quinientos yenes, dieciocho de cien, siete de cincuenta y dieciséis de diez. Lo cual ascendía a un total de 3.810 yenes. Ese cálculo no requería esfuerzo alguno. Una operación aritmética de ese nivel es más sencilla que contar los dedos de la mano. Satisfecho, me recosté en la pared de acero y contemplé la puerta que tenía ante mis ojos. Seguía cerrada. ¿Por qué tardaba tanto en abrirse? (...) Recostado en la pared, hundí las manos en los bolsillos y empecé a contar de nuevo la calderilla. Había 3.750 yenes.¿3.750 yenes? Algo no cuadraba. Sin duda había cometido algún error. Noté cómo las palmas de las manos se me humedecían de sudor. En los tres últimos años, nunca había fallado al contar la calderilla de los bolsillos. Jamás. Se viera como se viera, era una mala señal.

La situación se describe con más detalles y mayor extensión (ver en los comentarios). Pero el fragmento es un ejemplo de aquellos que encuentran en los números un entretenimiento y obtienen de ellos placer, por los logros, las certezas, el control, la seguridad.  No se trata sólo de facilidad, o de habilidad, sino de gusto y disfrute.
Le puede pasar a cualquiera.

2 comentarios:

  1. "Descorazonado, me recosté en la pared del ascensor y decidí matar el tiempo contando la calderilla que llevaba en los bolsillos. Claro que, por más que hable de matar el tiempo, para un hombre de mi profesión contar calderilla es un entrenamiento tan valioso como puede serlo para un boxeador profesional tener siempre una pelota de goma entre las manos. En sentido estricto, no se trata de matar el tiempo. Porque solo mediante la reiteración de un acto es posible corregir la tendencia a la distribución desigual. En todo caso, procuro llevar siempre mucha calderilla en los bolsillos del pantalón. En el de la derecha meto las monedas de cien y de quinientos yenes; en el de la izquierda, las de cincuenta y las de diez. Las de uno y cinco yenes las llevo en el bolsillo de la cintura, aunque tengo como norma no usarlas jamás en mis cálculos. Introduzco ambas manos en los bolsillos y, con la derecha, calculo la suma total de las monedas de cien y de quinientos yenes mientras, con la izquierda, cuento las de cincuenta y las de diez. Tal vez sea difícil imaginar para quien nunca la haya realizado, pero esta operación aritmética, al principio, es harto complicada. Los hemisferios derecho e izquierdo del cerebro efectúan un cálculo completamente distinto y, al final, las dos partes deben unirse como si fuera una sandía partida por la mitad. Si no estás acostumbrado, cuesta. No sé con certeza si realmente utilizo los hemisferios derecho e izquierdo del cerebro por separado o no. Un especialista en fisiología cerebral tal vez emplee otra terminología. Pero no soy experto en fisiología cerebral y lo cierto es que mientras cuento, tengo la impresión de que estoy utilizando las dos partes por separado. También la fatiga que experimento al finalizar mis cálculos es intrínsecamente distinta al cansancio que siento al concluir un cálculo normal. Así que, de modo arbitrario, he decidido que me valgo del hemisferio derecho para calcular la suma del bolsillo derecho y del hemisferio izquierdo para la suma del bolsillo izquierdo. (...) Volviendo al tema que nos ocupa, no es fácil efectuar de manera paralela un cálculo diferenciado entre la mano derecha y la mano izquierda. A mí, sin ir más lejos, me llevó mucho tiempo aprender. Sin embargo, una vez dominas la técnica o, dicho de otro modo, en cuanto coges el tranquillo, no pierdes la habilidad de la noche a la mañana. Es como nadar o ir en bicicleta. Eso no significa que no sea necesario practicar, por supuesto. Solo mediante un entrenamiento regular logras aumentar la capacidad y refinar la técnica. Precisamente por eso llevo siempre mucho dinero suelto en los bolsillos y, en cuanto tengo un momento libre, efectúo el cálculo. En aquel instante llevaba en los bolsillos tres monedas de quinientos yenes, dieciocho de cien, siete de cincuenta y dieciséis de diez. Lo cual ascendía a un total de 3.810 yenes. Ese cálculo no requería esfuerzo alguno. Una operación aritmética de ese nivel es más sencilla que contar los dedos de la mano. Satisfecho, me recosté en la pared de acero y contemplé la puerta que tenía ante mis ojos. Seguía cerrada. ¿Por qué tardaba tanto en abrirse?"

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  2. (...continuación...)
    "(...) Recostado en la pared, hundí las manos en los bolsillos y empecé a contar de nuevo la calderilla. Había 3.750 yenes. ¿3.750 yenes? Algo no cuadraba. Sin duda había cometido algún error. Noté cómo las palmas de las manos se me humedecían de sudor. En los tres últimos años, nunca había fallado al contar la calderilla de los bolsillos. Jamás. Se viera como se viera, era una mala señal. Tenía que recuperar el terreno perdido antes de que el mal presagio se materializara en algún desastre. Cerré los ojos y, como quien limpia los cristales de las gafas, dejé en blanco los hemisferios derecho e izquierdo del cerebro. Después me saqué las manos de los bolsillos del pantalón, extendí las palmas, dejé que se secara el sudor. (...) Sin embargo, antes de que se me concediera la salvación, se abrieron las puertas del ascensor. Sin previo aviso y sin el menor ruido, ambas hojas se deslizaron suavemente hacia los lados. Como la suma de la calderilla acaparaba toda mi atención, al principio no me di plena cuenta de que las puertas se abrían. O tal vez sería más exacto decir que, aunque vi que se abrían, de momento no alcancé a comprender su significado concreto."

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