Cuando en 1948
George Orwell describió esa sociedad futura, desolada, vigilada, ambigua, le pareció oportuno ubicarla en
1984, y así tituló a su novela.
En ella la realidad es manipulada permanentemente por el Partido, para su propia conveniencia. Se altera el presente y se altera el pasado. A tal punto llega ese control, que incluso se establece la validez de verdades matemáticas, abstractas e inmutables:
Al final, el Partido anunciaría que dos y dos son cinco y habría que creerlo. Era inevitable que llegara algún día al dos y dos son cinco. La lógica de su posición lo exigía. Su filosofía negaba no sólo la validez de la experiencia, sino que existiera la realidad externa. La mayor de las herejías era el sentido común. Y lo más terrible no era que le mataran a uno por pensar de otro modo, sino que pudieran tener razón. Porque, después de todo, ¿cómo sabemos que dos y dos son efectivamente cuatro?
Winston, el protagonista, se ve arrastrado por la presión de ese convencimiento, al punto que duda de sus conocimientos, sus sentidos, su razón, su entendimiento, y de la realidad misma:
-Tardas mucho en aprender, Winston -dijo O’Brien con suavidad.
-No puedo evitarlo -balbuceó Winston-. ¿Cómo puedo evitar ver lo que tengo ante los ojos si no los cierro? Dos y dos son cuatro.
-Algunas veces sí, Winston; pero otras veces son cinco. Y otras, tres. Y en ocasiones son cuatro, cinco y tres a la vez. Tienes que esforzarte más. No es fácil recobrar la razón.
Y es lícito que a esta altura también nosotros nos preguntemos si, inevitablemente, 2+2=4. ¿Por qué? ¿Por qué si? ¿Por convención, por necesidad, por capricho?
A contestar estas cuestiones se dedicó
Peano, un lógico, filósofo y matemático italiano, nacido en 1858. Su sistema axiomático viene a dar argumentos a un saber totalmente instalado, que queda así validado para la posteridad.
Y es tan necesaria esa validación, porque de una afirmación falsa puede deducirse
cualquier cosa, como ya hizo Bertrand Rusell.
Y es tan certera esa validación, que afirmar algo en contrario, como que 2+2=5, se ha convertido en el mejor ejemplo para dejar en evidencia los intentos de perpetuar una ideología.